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Medellín, la capital de la montaña, es
una ciudad asentada en un valle en forma de S, protegida por imponentes
cordilleras y privilegiada por su clima primaveral.
Una Medellín cuyas tierras han sido
literalmente ocupadas por las construcciones levantadas hacia el cielo en la
imposibilidad geográfica de crecer hacia los lados.
Son 220 barrios en total y en ellos se
reparten sus dos millones de habitantes. Algunos son apenas extramuros,
otros son barrios obreros, ordenados y limpios. Existen los tradicionales,
testigos del devenir de la ciudad en sus distintas épocas, con visibles
huellas de los cambios arquitectónicos que vienen bajo el brazo del
progreso. Como son El Prado, San Benito, Laureles, Buenos Aires, Guayabal,
Aranjuez y muchos más.
Los hay lujosos y señoriales, de jardines
en redondo y amplias avenidas arborizadas. También existen los que parecen
pesebres, son sembrados de cebollas en el patio y ropa puesta a secar en las
ventanas, o los que crecieron desordenadamente, al ritmo humano y con la
llegada de los campesinos que vinieron a probar suerte en la ciudad, se
asentaron definitivamente en ella y la fueron marcando con sus huellas, sus
tiendas de esquina, sus cantinas y sus talleres de mecánica.
Como ciudad de ferias y punto de encuentro
por excelencia de industriales de las Américas, a lo largo de todo el año,
la Bella Villa es anfitriona de hombres de negocios y turistas que
comprueban sus bondades. Ya sea que usted esté aquí como protagonista de
la Feria Taurina de la Candelaria en enero; de Colombiatex en febrero; la
Feria del Libro en marzo; la Feria Internacional del Transporte en Junio; la
famosa Fiesta de las Flores en agosto con su desfile de silleteros o en los
desfiles folclóricos de diciembre, siempre será testigo de la bondad de
esta tierra y la calidez de sus gentes.
Según la procedencia, el viajero aterriza
en el aeropuerto José María Córdova de Rionegro, a cuarenta y cinco
minutos de Medellín, moderno y funcional.
Al llegar, el dejo armónico, casi
cantadito del modo de hablar de la gente, hace que el viajero se sienta en
tierra grata, habitada por personas amables y serviciales con reconocida
vocación de anfitriones.
El otro aeropuerto, el viejo Olaya Herrera,
enclavado en medio de la ciudad, se encarga de recibir los vuelos domésticos.
Basta salir de este y aun sin tomar el taxi, Medellín muestra de golpe su
cara de provinciana metida a urbe, eternamente en construcción porque cada
día se renueva; una ciudad en donde la tradición es un recuerdo y la
historia se derrumba sin escrúpulos.
Así es Medellín, una ciudad robacorazones
porque sabe, como pocas, transmitir a propios y extraños su vitalidad de
metrópoli en constante crecimiento, y con su peculiar sinceridad de burdas
aristas, muestra todas sus caras, sus riquezas, sus carencias, sus valores,
sus defectos, los que de una u otra manera conforman el aliento cálido y
humano de esta ciudad que palpitará bajo sus pies, intensa, luchadora,
festiva y humana, precisamente por eso, por humana, usted se la llevará en
el corazón.
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